Hay personas a las que se debería hacer un croquis con dibujos para entender el funcionamiento de la vida. Está claro que cada uno tenemos nuestra visión de las cosas, nuestra forma de trabajar, nuestra forma de pensar. Pero también es evidente que hay gente que agota la paciencia y el buen entendimiento de cualquiera. La cosa es sencilla. La máxima debería ser: aporta o aparta. Y, evidentemente, hablamos de fútbol femenino, de Primera Iberdrola.
Mire, hay escalafones en los clubes, como en toda empresa. Están los trabajadores de «menos categoría» y, como en una escalera, hay peldaños que están en alturas superiores. Aunque esta distribución no supone más que un propio orden, no significa ni una importancia en un club ni un interés mayor en el mismo.
Lo que sí significa es que quién más arriba se encuentra debería capitanear el barco, mirar por él, mimar a sus marineros y marineras, no escatimar en el buen funcionamiento de todo su engranaje para llegar a puerto de la mejor forma posible.
Hay clubes con mucha capacidad, de esos que más que barco tendrían un buque, hay otros que podrían viajar en crucero, los que reman juntos aunque sea en el barco de chanquete y… los que más que capitán vienen liderados por un piloto kamikaze. Y de esto último, venimos leyendo mucho, por desgracia, cada vez más.
La capacidad económica que tiene un club no lo hace necesariamente más grande. Las facilidades para trabajar con que se encuentra un equipo, lo que se intenta poner a su alcance para su buen hacer, con más o con menos, sí dan buena pista de dónde debemos situar a cada uno. Ahí se caen las caretas. Y es en esas situaciones donde surge la empatía de los demás.
Las adversidades con las que se encuentra la plantilla de fútbol femenino de ese piloto suicida que comentábamos antes, engrandece al propio equipo, que se crece ante los impedimentos y que incluso les suma simpatías más allá de su propia afición. Y, en la misma proporción, se las resta al que se encuentra en la cúspide de esa pirámide.
Es lo que tienen las injusticias, nos unen a todos. Es lo que pasa cuando no tienes nada que perder, pero sí mucho que ganar: mantener la dignidad, el orgullo y el amor propio.