Siempre he creído que los límites a la hora de lograr un objetivo debe ponérselos uno mismo y nadie más. Por supuesto, esas limitaciones nunca deben ser dadas por el sexo de la persona.
Desde que soy madre de tres niñas lo tengo más claro si cabe. No quiero que nadie diga a mis hijas si pueden o no hacer esto o aquello; si pueden o no aspirar a ser algo en la vida, por el hecho de ser niñas. Lo serán o no, o al menos lo intentarán, porque lo valgan por sí mismas. Y porque ellas lo decidan.
Entiendo que mi trabajo como madre es educarlas en ese sentir hacia ellas mismas y hacia los demás. Educarlas en igualdad para que entiendan que no son ni más ni menos que un chico, sino iguales.
Pero esta labor debe ser común, más allá de lo que unos padres puedan hacer desde su casa. Y llevada a todos los aspectos en el crecimiento de una persona.
Escribía el otro día Andrea Domínguez en su columna «En fuera de juego» sobre la importancia de la formación del deportista desde la base y la comparación del trato que se da a la cantera en el fútbol femenino y en el masculino.
Es cierto, no le falta nada de razón. Llevando mi reflexión inicial sobre la importancia de la educación en igualdad al mundo del deporte, y del fútbol en concreto, no se dan las circunstancias aún para que las niñas (hablando en general) alcancen desde los clubes los niveles formativos que se da a la cantera masculina.
No tienen tan siquiera los mismos incentivos. No tienen las mismas facilidades. Ni siquiera tienen, a veces, cómo medirse a otros equipos.
Conocíamos esta semana el caso dado en Aragón y denunciado públicamente por el Zaragoza CFF. La Asamblea General de la Federación Aragonesa de Fútbol decidía que, a partir de ahora, los equipos de niñas sólo podrán competir contra niñas. Hasta ahora podían hacerlo como equipo femenino en una liga donde hubiera equipos masculinos, pero eso ya no se contempla. Y se vuelve a remover el tema del trato desigual en la formación de ellas respecto a la de ellos.
No es la primera polémica al respecto. Podríamos hablar de los clubes más pequeños y modestos, esos que juegan en categorías de tercera, regionales… Hoy cambia la mentalidad, pero no son pocas las niñas que se ven desilusionadas y abandonan el fútbol por verse la mayor parte del tiempo sentadas en el banquillo. Eso hablando de las categorías más básicas, donde la importancia de esos minutos para todos es básica en su formación y su aprendizaje.
Podríamos continuar con esas niñas que compiten llevando la camiseta de equipos de mayor envergadura, con sus traslados correspondientes de casa al club y del club a casa, y sin apenas ayudas para el kilometraje. Ayudas que serían mayores si fueran un chico jugando para el mismo club.
Hablamos de equipos de niñas que no pueden competir en ligas mixtas porque se decide que lo mejor es aquello de «los niños con los niños y las niñas con las niñas». A pesar de que no haya otra alternativa a la hora de poder jugar una liguilla para ellas. O chicas que no pueden jugar más allá de cierta edad en equipos mixtos y no encuentran posibilidad para jugar en uno femenino por diversas circunstancias.
Y hablamos de niñas que tienen que abonar una cuota para jugar como cantera de un club cuando esa cuota no la abonan los niños formados en la misma asociación deportiva.
Se preguntaba Andrea en su artículo si la situación del fútbol femenino cambiaría para que fueran ecuánimes las circunstancias de niños y niñas desde pequeños. Evidentemente, a la pregunta sólo la podremos responder cuando se dé esta situación de igualdad en cuanto a las oportunidades que se les ofrece. Pero es evidente que una buena red de apoyo para estimular sus inquietudes, una mejor formación en el deporte y una mayor inversión en las más pequeñas es el paso definitivo que se necesita dar. Ese abrir los ojos a la realidad: ellas también son el futuro.
Y por el mismo motivo por el que los padres debemos dar las mismas oportunidades a nuestros hijos, ya sean chicos o chicas, los clubes deben asentar una buena base a sus deportistas. Ya sean la cantera del equipo masculino o la del femenino.
Porque la barrera no empieza en la conocida brecha salarial, sino que empieza en la base. Y es necesario derribar esas barreras. Se lo debemos a ellas. Nos lo debemos todos como sociedad.