Durante unos días, y de manera poco habitual, el fútbol femenino español ha dejado de ser invisible en los principales telediarios y programas deportivos. La “culpa” la tienen Sofía, Eunate, Jimena, Yoli, Sandra, Marina, Noe, Judit, Sara, Naara, Nina, Marina, Olaya, Ainhoa, Vicky, Cris, Laia, Lucía, Paula, Jone y Carla. Una generación de futbolistas que, con Kenio Gonzalo y Laura del Río a la cabeza, pueden presumir de ser subcampeonas de Europa y campeonas del Mundo en categoría Sub-17 en apenas seis meses.
Muchas de ellas ya tenían a reventar sus vitrinas con medallas en campeonatos de España con las territoriales, y/o en torneos nacionales o internacionales. Algo que, a simple vista, parece fácil pero que, como dijo el propio seleccionador Kenio Gonzalo “aunque lo hemos normalizado, ganar un Mundial es muy difícil”. ¡Y vaya que si lo es! Y es que, detrás de ese oro que reluce, de esa felicidad infinita, de esas lágrimas de emoción, hay unas chicas que, tras más de un mes viviendo un sueño, a partir de hoy tendrán que despertar de golpe a la realidad.
Pero ¿cómo es la realidad del fútbol femenino en España, se preguntarán los “fans” no habituales? O, en el caso de nuestras protagonistas, ¿cómo es la vida de una futbolista semiprofesional o de una joven deportista de élite? Pues un encaje de bolillos diría yo. La mayoría pertenecen a filiales de equipos de la Liga F, en dinámica de primera las más afortunadas y muchas de ellas con entrenamientos en horario de mañana. Algo que añade dificultad a eso de compaginar la práctica deportiva y los estudios en un país como el nuestro (y más aún con la temida EBAU a la vuelta de la esquina). Porque siendo realistas, y más allá de la Masía, todavía hay mucho camino por recorrer para acercarnos, aunque sea un poquito, a lo que significa ser deportista (o en este caso mujer y futbolista) en sociedades como la norteamericana.
A esto hay que sumar toda esa fama, que, como dice Rosalía “es demasiado traicionera, y como ella viene, se te va”. Y es que pasarán días y días hasta que nuestras protagonistas hayan podido contestar a todos esas muestras de cariño y admiración que inundan sus móviles, mientras van de homenaje en homenaje a lo largo y ancho del país. Sin duda, lo más importante será acompañarlas en el camino para que sepan asimilar esas expectativas que generan como jóvenes promesas que, con apenas 16 y 17 años, no dejan de quemar etapas a una velocidad inusual. O para que aprendan a manejar ese estrés y esa ansiedad que conlleva la competición de alto nivel, y de la que nadie habla.
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Y es aquí donde todos tenemos una responsabilidad como sociedad en la que cuál no toleramos del mismo modo el éxito y el fracaso. “No dejes que el éxito se te suba a la cabeza ni que el fracaso te llegue al corazón” decía Michael Jordan. A lo que podríamos añadir que “ni eres tan bueno como te dicen cuando ganas ni tan malo como te hacen sentir cuando pierdes” o “ni eres mejor cuando juegas ni peor cuando estás en el banquillo”.
Porque cuidar de la salud mental debería ser prioridad para todos. Porque será necesario tener paciencia y los pies en la tierra, ya que eso de que “no todas llegarán a ser profesionales” es una realidad de nuestro fútbol femenino. “Cuando tú desde joven tocas el cielo y consigues las cosas que la mayoría gente sueña, no te ponen ese colchón para el día que tengas que bajarte de ese escalón” son las palabras de Irene López, toda una campeona del Mundo que, con apenas 20 años, dejó el fútbol para ser feliz.
A ella se suman nombres como el de Candela Andújar, Isabel Pala, Lucía Suárez o Sara Ronzero que decidieron colgar las botas de manera prematura por motivos parecidos. Por todo ello, pongamos de nuestra parte para, con paciencia, tejer ese colchón del que Irene hablaba. De esta forma, ayudaremos a que esta generación de futbolistas, y las venideras, puedan seguir trabajando y mirando al futuro como tiene que ser: con ilusión.