Conocí a Iñaki hace unos años. Las redes sociales son capaces de conectar a personas a kilómetros de distancia, desconocidos inicialmente, con puntos casi siempre de interés, por fortuna. En este contexto es en el que recibí un mensaje suyo. Nuestro punto en común era el fútbol femenino en concreto, aunque en general era la certeza de la necesidad de que el deporte femenino se hiciera realmente visible.
Es una persona realmente implicada con el deporte femenino y con los derechos de la infancia.
Hace unos días escribía un tuit y contaba que su hija de 10 años había empezado a jugar al fútbol. “Mi única misión ayer y en el futuro como padre: acompañarla, animarla y asegurarme que lo está pasando bien”.
Quien lo conoce sabe que no cabe duda sobre esto. En verdad, ¿qué padre que realmente se preocupe por sus hijos o hijas no haría algo así?
Pero de repente surge el comentario entre las respuestas que me llama la atención: “No entiendo qué tiene de excepcional que una niña juegue a fútbol”.
Es verdad. No tiene nada de excepcional. No debería ser nada especial. Pero, por desgracia, lo tiene desde el mismo momento en que continúa levantando aplausos un tuit en el que un padre muestra su apoyo incondicional a la aficiones de su hija.
Sigue mirándose de un modo un tanto extraño a las niñas que se interesan por el fútbol -femenino o masculino-, que piden un balón para su cumpleaños o unos guantes de boxeo. Cada vez somos más abiertos y entendemos que las cosas no son para niños o niñas, pero aún sigue despertando interés lo que continúa entendiéndose como “poco común”.
Pensamos que hemos avanzado mucho camino y nos queda por recorrer aún más de lo que se ha andado.
Pero no es ahí donde está la clave de lo escrito. El interés del tuit, al menos lo que debería hacernos reflexionar, viene mucho más allá del hecho de que la pequeña de Iñaki juegue al fútbol. Lo realmente interesante del tuit es la necesidad de que las niñas, y los niños, se vean reforzados por su familia y su entorno en la práctica deportiva o de cualquier otra afición. Que no impongamos gustos propios o roles estereotipados, sino que seamos capaces de acompañarles en sus decisiones, en sus inquietudes, sin plantearnos si es o no apropiado.
No es sólo fútbol, no es sólo deporte, se trata de educar y de hacerlo desde la igualdad, la tolerancia, el respeto, el compromiso… ¿No son esos los valores que promueve el deporte? Los mismos que debemos aplicar en la vida.
Ojalá algún día Noa, si ella quiere, sea el día de mañana toda una leona, de esas que meten muchos goles, o quizás de las que paran todos. Lo más importante, ya lo tiene: una familia que apoya y fomenta todas sus inquietudes sin dudarlo lo más mínimo.